Sobre la costumbre del nacer y morir

Todo lo que existe merece perecer.

Hegel

No recuerdo dónde he leído la siguiente frase: el morir como expresión ineluctable de la vida. En principio me hace reflexionar sobre la ingratitud del olvido, que instaura, con cierta fuerza inconsciente, una deuda con Alguien que no acude a mí como acreedor. Intento saldar esta deuda escribiendo algunas reflexiones que me inspiró aquella frase –para mí un aforismo.

Empiezo por pensar que el olvido es una de las manifestaciones de la experiencia, en vida, de la muerte. Podríamos parafrasear el aforismo citado diciendo que el olvido es la expresión ineluctable de la memoria.

De las diferentes definiciones de “ineluctable”, me impresiona la que lo define como aquello contra lo cual no puede lucharse, como aquello que es inevitable. No puede lucharse. Pese a emplear la fórmula “no puede”, no se trata de una impotencia, sentimiento que se produciría en el intento ominosamente omnipotente de querer luchar contra el morir. Sólo se puede luchar para salvar una vida, o luchar para cuidar la vida.

Es posible que de lo que se trata sea de aceptar la muerte epicúreamente. Pero sólo puede aceptarse aquello a lo que uno tiene medianamente acceso, mediante diferentes procedimientos experimentables. A menos que la muerte sea otra de las creencias que los seres humanos tenemos la costumbre de sostener: como es sabido, sólo se puede creer en cosas que no existen, como Dios manda.

Pienso borgianamente en la otra costumbre que necesariamente nos afecta a todos y a todas: la costumbre de nacer y morir. Asistimos a nacimientos permanentemente, y asistimos a su muerte cuando percibimos que ahora se trata sólo de un recuerdo, que irá al olvido, también por necesidad propia de la experiencia. Aunque quedan en el recuerdo cosas vividas, épocas, acontecimientos trascendentes, que permiten ir saldando deudas con la historia y con los personajes de las historias. Aunque también quedan reclamos de deudas simbólicas en los olvidos, y no dejamos de sentir su reclamo a saldarlas por medio de los reclamos que se experimentan en los síntomas de lo debido.  

El dolor de las pérdidas

De las tres fuentes fundamentales del sufrimiento humano, dice Freud que el más doloroso es el provocado por las acciones u omisiones que los otros ejercen sobre uno.

En El Malestar en la Cultura (Amorrortu. T. XXI. Pág.76), habla Freud de la facilidad para experimentar desdicha frente a la dificultad que ofrece la vida para vivir en la dicha. Dice que “desde tres lados amenaza el sufrimiento: desde el cuerpo propio que, destinado a la ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; y por fin, desde los vínculos con otros seres humanos.” Y agrega que “al padecimiento que viene de esta fuente lo sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro.”

Y quizá sobre el que más podemos actuar y luchar y, por lo tanto, incidir y decidir, sea este último. Sobre los otros dos conviene hacer una valoración realista y adecuada a cada momento para tomar una posición que permita tener el máximo de potencia en cada contexto, participando y jugando con ello, como con todas las cosas serias que nos toca vivir.  

Queda claro que, no sólo porque lo dijo el poeta de lo cotidiano, Sigmund Freud en su momento, sino por lo que nos dice periódicamente la vida misma: el mayor sufrimiento no es por la muerte propia, sino por la muerte de lo otro, “en tanto que me recuerda a ti”, o del Otro, a quien amo y me ama.

Armando Ingala.  Madrid, febrero de 2020

Autor: armandoingala

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