Escrituras de luz embisten la sombra, más prodigiosas que meteoros.
La alta ciudad inconocible arrecia sobre el campo.
Seguro de mi vida y de mi muerte, miro los ambiciosos y quisiera entenderlos.
Su día es ávido como el lazo en el aire.
Su noche es tregua de la ira en el hierro, pronto en acometer.
Hablan de humanidad.
Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria.
Hablan de patria.
Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada, la oración evidente del sauzal en los atardeceres.
El tiempo está viviéndome.
Más silencioso que mi sombra, cruzo el tropel de su levantada codicia.
Ellos son imprescindibles, únicos, merecedores del mañana.
Mi nombre es alguien y cualquiera.
Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar.
J. L. Borges, «Jactancia de quietud» (el destacado de los versos es mío)
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Lo dedico… “a quienes, como él, son capaces de escuchar a los demás sin por ello dejar de oírse a sí mismos” (J. Llamazares)
Compartiendo con amigos y amigas los diferentes momentos que íbamos viviendo estos días de reclusión, nos preguntábamos si después de toda esta experiencia colectiva algo iría a cambiar, sobre todo en cuanto a las relaciones sociales, y, en cualquier caso, cuáles serían la condiciones para que ocurra alguna transformación en las relaciones cotidianas.
El exergo de Llamazares expresa sintéticamente las conclusiones a las que hemos arribado provisionalmente.
En ocasiones irrumpen pensamientos acerca de lo incierto de mañana, de lo indecible del futuro inmediato. Suelen acompañarse de una importante conmoción angustiosa que se experimenta como sin fin, ya que no surgen datos que permitan llegar a un aserto medianamente verosímil como para pensar sobre él posibles acciones futuras.
Lo más humano de esta tentativa es la necesidad de hablar con otros, compartir la incertidumbre como intento de acotar el infinito estéril que tiende a contaminarlo todo, una melancolía sin materia que soporte una reflexión.
En otros momentos se hace evidente lo que nos falta, lo postergado, lo que hemos perdido; decimos “provisionalmente” como consuelo, pero… Se mezcla con sentimientos de una dulce y dolorosa nostalgia por algunos personajes y personajitos con los que no perdemos el contacto a distancia, y que seguro volverán a estar en cuerpo y alma. Aquí, el echar de menos es, sin duda, el testimonio del amor que da sentido a la vida por encima de todo lo demás. Los recuerdos de lo que se extraña se comparten, se pueden hacer proyectos con certeza, con sentimiento. Las palabras cobran casi el valor de poemas épicos. Todo ello es compartido.
Oscilan los pensamientos desde el futuro al pasado, y del pasado al futuro, del incierto porvenir a la ansiedad por las pérdidas posibles; desde aquello que puede que tengamos en el futuro a los vínculos que persisten, aunque sin todo el cuerpo.
Pero hay otros momentos en los que no se trata de pasado ni de futuro, sino de un ahora, un presente sin materia aún. Se trata de un ahora que no tiene todavía texto, que no es tristeza, que puede ser melancolía, pero de la que se esperan cosas, ideas. Es una preciosa soledad, que decía María Zambrano, de difícil aparición en lo de todos los días ¿por la velocidad de la vida?, ¿por infrecuente?, ¿por la fugaz confrontación con la verdad, con uno? Este encuentro con uno mismo se presiente a menudo, pero no termina de hacerse presente, debido fundamentalmente a un déficit de atención que suele acompañarnos estos últimos años.
Dice Borges: El tiempo está viviéndome
No puedo diferenciar el pre-sentimiento que en este momento me confronta conmigo mismo, y que aún no es sentimiento, del sentimiento de aburrimiento, o verdadera angustia. Lo acepto y me recuerda la necesidad de soledad, que experimento a menudo, pero donde no siempre acude el recurso de crear el espacio-tiempo que permitiría que la angustia, como fértil presentimiento, dé lugar a que algo nuevo pueda (o no) producirse. Que dicho presentimiento se transforme en sentimiento del presente, en experiencia del ya, del ahora, y que se transforme en fecunda angustia, depende de que se establezcan algunas condiciones. Una de ellas la encontramos en el momento actual, en lo que llamamos “reclusión”, pues nos liga espontáneamente y sin buscarlo a la realidad del silencio, de la soledad.
¿Cómo definir el presente? Después de Jorge Manrique y las Coplas a la muerte de su padre, sobre todo la segunda estrofa, nos corresponde a nosotros actualizar qué es el presente, o, por lo menos, a qué llamamos presente. Lo que caracteriza al presente en tanto que tal, en tanto que presente, es su carácter de efímero, inatrapable por el sentido común (que sólo distingue lo ya visto, o lo ya vivido). Cierto es que una vez representado, narradas las ocurrencias del presente, ya es pasado. Como queda sugerido, el presente sólo tiene ocurrencias, no razones. Por lo tanto, el presente, en tanto que tal, será una secesión vertiginosa de instantes. Esta dimensión temporal del presente fue descrita por Octavio Paz, que inspiró a su amigo Pere Gimferrer a escribir un libro dedicado a este sustantivo, “el instante”. Esta dimensión le sirvió a Paz para definir la poesía -si ésta pudiera definirse- como el intento de detener el instante, dar testimonio de él, lo cual sólo se logra cuando la inspiración que revela ese instante se transforma en texto poético, en filosofía sobre la vida, en historia en palabras en la que el protagonista debe incluir tácita o metafóricamente al sí mismo (no confundir con Yo, por favor). Lo que inspire el instante será de ese instante; la sucesión traerá otros que, mediando la fortuna o la suerte, se logrará atrapar y describir.
El encuentro, la fortuna de atrapar un instante, depende de una serena atención singular que sólo ocurre en el interior del silencio. Ocasionalmente el encuentro con la realidad íntima, instantánea, se revela como si alguien -que será uno mismo- fuera descubriendo, en una subespecie de actividad comprensiva, algo novedoso, verdadero, que conmueve y asombra por su capacidad autorreflexiva. Se trata de un verdadero acontecimiento que es necesario compartir con alguien de mucha confianza, alguien que sepa cuidar esta experiencia original. Es un real acto de caída de velos que generalmente ocultan la realidad íntima con ruidos de dichos y currículos. Es una experiencia auténtica donde uno es protagonista y al mismo tiempo asiste sin esfuerzos, sin propósitos ni consejos, a una suerte de ser hablado por ocurrencias. Se es protagonista y se asiste al mismo tiempo a un tipo de filosofar sobre la vida y la muerte, sobre la existencia y los existentes. Esta experiencia graba en nuestra memoria un verdadero encuentro. Je ne cherche pas. Je trouve. Transmitía Jorge Guillén en su poema Homenaje.
Sé, y no sé cómo lo sé, que, en esta experiencia de cautiverio, algo de esencia de la condición humana nos está tocando a todos, y que basta con detenerse en cualquiera de los instantes para escuchar, de la mano de Jorge Guillén, el carácter melancólico que tiene el sumergirse en esa carencia original, vital, que nos define profundamente.
Por nuestra parte, confirmamos una vez más que la tonalidad depresiva es un momento natural que anuncia buenas nuevas; sólo requiere saber escuchar-se y contar con alguien con quien compartirlo.
Después de la demostración, tesis.
El pasado se puede vivir desde ideas y sentimientos consolidados. Ideas o ideologías y valores, aplicados como guía para dar cuenta de las relaciones de todos los días. El futuro suele pensarse desde algunas ideas, ideologías y valores, quizá también establecidos. De modo que al salir de la experiencia del encierro, es posible que todo se reestablezca con las ideas, ideologías y valores que han dominado nuestra vida hasta ahora. Muy poca filosofía nueva es posible que haga su aparición.
Pero:
Por la experiencia compartida, estamos en condiciones de afirmar que: es el haber vivido, experimentado, escuchado y formulado en palabras originales el instante presente; es en ese instante atrapado, poetizado y compartido, donde apostamos que pueden producirse cambios que lleguen a sorprenderlo a uno mismo, en cuanto a una nueva y sincera valoración de los vínculos de todos los días, tanto con el prójimo, como con el extraño, con el vecino…
Porque:
El presente así vivido implica en sí la destitución de filtros, condicionamientos, ideologías, doctrinas. Es un encuentro que hace explícitas las propias referencias y los valores heredados inconscientes, sedimentados. Es entonces que se piensa desde la propia subjetividad, que sólo emerge en momentos especiales de soledad o en compañías con garantías de intimidad.
Dice Borges: Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria.
A partir de allí, el estilo de cada uno, como síntesis puntual de herencias infinitas, muchas inexploradas, pondrá en evidencia diferencias esenciales, refractarias a cualquier parecido; rebeldes al principio de identidad… A menos que una oscuridad artificial, técnica, gatopardice la radical diferencia entre Uno y Otro. Esta es, concluimos, la condición absoluta para hablar y escuchar, para que el vínculo y el diálogo se realice: estar en condiciones de cuidar la diferencia radical de Uno por el Otro y del Otro por el Uno.
Naturaleza humana o condición humana
La experiencia del psicoanálisis me autoriza a contar, por agradecimiento a mis analistas y a los analizantes, que “Yo lo vi”, yo viví el encuentro entre dos almas gemelas que pueden dialogar, aceptando la gracia de la condición, ley del lenguaje, del vínculo social que cuida al Otro y lo percibe en su condición de cifra, de enigma. Encuentro entre dos diferencias, entre dos infinitos no definibles más que por su historia, por sus genes culturales y generacionales, por sus experiencias vitales. Y es en el encuentro donde cada uno nombra al otro, en lo actual, con su decir y hacer.
Mi nombre es alguien y cualquiera
De ahí que mi nombre será lo que me nombra en el encuentro. Verificar la presencia solidaria del amigo me nombra a mí como amigo. Alguien cambió el cogito cartesiano “pienso luego soy, luego existo”, por, el soy nombrado, luego, en este instante Soy; en lo referido, Soy amigo. Un instante después, el ser se disuelve para dar lugar a otro… ser.
La experiencia que comparto con amigos me dice que para recibir el nombre, el nuevo ser, es necesario que deje en mí mismo un espacio, un silencio que desaloje mi identidad, mi yo propio, y así recibir la gracia del nombre que escucho, porque me revela que existo en quien me nombra; sólo entonces un pequeño capítulo de mi historia quedará escrita, grabada, y estará a mi disposición como recuerdo o como recurso para otras relaciones.
Madrid, abril de 2020
Adenda:
Ob-ligado a reconocer una deuda con E. Levinas y la lectura De la existencia al existente, donde viene de dar un camino para evadirse de un ser absolutamente impersonal, dotado de una neutralidad inhumana, alienado en fórmulas cosificadas de la razón que lo aprisionan y, pese a ello, las defiende como si se tratase de su propia libertad (Espinosa). Y, entonces, Levinas lo desarrolla: el camino para evadirse del ser razonante es la presencia o el encuentro con el Otro en su infinitud, sin límites, sin medida previa. Sin juicios previos. Encuentro con el Otro al que me comprometo a reconocer, en un intento de acercamiento, y a cuidarlo, en tanto que él tiene la llave que facilitará mi evasión de ese ser impersonal, inhumano.
Hoy día, los aplausos de las 8, ¿no son una metáfora fallida de la necesidad del Otro para evadirme de una enfermedad moral, que es no vivir una vida personal y humana, es decir, con Otros “rostros infinitamente lejanos” de cuyo cuidado depende mi existencia? Y también sentirme vivo.
Reconozco al Otro que me reconoce, luego existo.
Armando Ingala Charlín