Sobre la costumbre del nacer y morir

Todo lo que existe merece perecer.

Hegel

No recuerdo dónde he leído la siguiente frase: el morir como expresión ineluctable de la vida. En principio me hace reflexionar sobre la ingratitud del olvido, que instaura, con cierta fuerza inconsciente, una deuda con Alguien que no acude a mí como acreedor. Intento saldar esta deuda escribiendo algunas reflexiones que me inspiró aquella frase –para mí un aforismo.

Empiezo por pensar que el olvido es una de las manifestaciones de la experiencia, en vida, de la muerte. Podríamos parafrasear el aforismo citado diciendo que el olvido es la expresión ineluctable de la memoria.

De las diferentes definiciones de “ineluctable”, me impresiona la que lo define como aquello contra lo cual no puede lucharse, como aquello que es inevitable. No puede lucharse. Pese a emplear la fórmula “no puede”, no se trata de una impotencia, sentimiento que se produciría en el intento ominosamente omnipotente de querer luchar contra el morir. Sólo se puede luchar para salvar una vida, o luchar para cuidar la vida.

Es posible que de lo que se trata sea de aceptar la muerte epicúreamente. Pero sólo puede aceptarse aquello a lo que uno tiene medianamente acceso, mediante diferentes procedimientos experimentables. A menos que la muerte sea otra de las creencias que los seres humanos tenemos la costumbre de sostener: como es sabido, sólo se puede creer en cosas que no existen, como Dios manda.

Pienso borgianamente en la otra costumbre que necesariamente nos afecta a todos y a todas: la costumbre de nacer y morir. Asistimos a nacimientos permanentemente, y asistimos a su muerte cuando percibimos que ahora se trata sólo de un recuerdo, que irá al olvido, también por necesidad propia de la experiencia. Aunque quedan en el recuerdo cosas vividas, épocas, acontecimientos trascendentes, que permiten ir saldando deudas con la historia y con los personajes de las historias. Aunque también quedan reclamos de deudas simbólicas en los olvidos, y no dejamos de sentir su reclamo a saldarlas por medio de los reclamos que se experimentan en los síntomas de lo debido.  

El dolor de las pérdidas

De las tres fuentes fundamentales del sufrimiento humano, dice Freud que el más doloroso es el provocado por las acciones u omisiones que los otros ejercen sobre uno.

En El Malestar en la Cultura (Amorrortu. T. XXI. Pág.76), habla Freud de la facilidad para experimentar desdicha frente a la dificultad que ofrece la vida para vivir en la dicha. Dice que “desde tres lados amenaza el sufrimiento: desde el cuerpo propio que, destinado a la ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; y por fin, desde los vínculos con otros seres humanos.” Y agrega que “al padecimiento que viene de esta fuente lo sentimos tal vez más doloroso que a cualquier otro.”

Y quizá sobre el que más podemos actuar y luchar y, por lo tanto, incidir y decidir, sea este último. Sobre los otros dos conviene hacer una valoración realista y adecuada a cada momento para tomar una posición que permita tener el máximo de potencia en cada contexto, participando y jugando con ello, como con todas las cosas serias que nos toca vivir.  

Queda claro que, no sólo porque lo dijo el poeta de lo cotidiano, Sigmund Freud en su momento, sino por lo que nos dice periódicamente la vida misma: el mayor sufrimiento no es por la muerte propia, sino por la muerte de lo otro, “en tanto que me recuerda a ti”, o del Otro, a quien amo y me ama.

Armando Ingala.  Madrid, febrero de 2020

Dios es inconsciente: acerca de la verdadera realidad

Cuando hablamos de inconsciente, ¿a qué lugar nos referimos? Quizá con el “Dios ha muerto” de Nietzsche podemos decir que el Dios de la divina Providencia es Inconsciente. En efecto, esa instancia psíquica nos provee en momentos de angustia, de incertidumbre, en situaciones de incómodas presencias, difíciles de comprender, y nos auxilia con imaginación, con palabras nuevas que sirven para interpretar y comprender las realidades inesperadas.

María Zambrano nos sirve de apoyo para definir esa instancia psíquica cuando habla de lo sagrado como el misterio del deseo humano (que es inconsciente). Se trata de ese momento en que algo nos viene a faltar (palabra clave utilizada por niños y niñas: “quiero algo”), algo que ligeramente angustia y que aún no tiene nombre, por lo tanto que no ha entrado en lo que se quiere, que no es sentimiento consciente.

Un largo párrafo escrito por Eugenio Fernández (en Teresa Rocha Barco, María Zambrano: la razón poética o la filosofía, Tecnos, 1998) interpreta y traduce “Dios” por inconsciente y verdadera realidad. Escribe entre citas de María Zambrano:

«Dios muere en las entrañas “donde el amor germina, donde toda destrucción se vuelve ansia de creación. Donde el amor padece la necesidad de engendrar y toda a sustancia aniquilada se convierte en semilla, nuestro infierno creador. La nada creadora.”  La condición última y paradójica del abismo se expresa bajo la denominación de “lo sagrado”.  Cuando la libertad humana se presenta como absoluta, es lo sagrado que aparece en su máxima resistencia… con sus caracteres de hermético, ambiguo, activo, incoercible. También al amor, lo otro sublime, se le presenta como sagrado… que se siente como vacío y plenitud, vibración de la nada y el todo. “Es algo anterior a las cosas, es una irradiación de la vida que emana en un fondo de misterio, es la realidad oculta, escondida.” Es ciertamente arcano, fascinante, indominable, pero con la inclinación a tomarlo por remoto, sobrenatural, ilusorio, M. Zambrano lo identifica con la realidad misma tomada en toda su magnitud. “El carácter sagrado de las cosas de la naturaleza es su realidad misma… tal como la sentimos espontáneamente».

T.N.D. Inútil viñeta antes del verano

Estoy convencido de que, hoy día, Hamlet sería diagnosticado de Trastorno Negativista y Desafiante, y por su bien y el de su familia, lo ingresarían en un Psiquiátrico para tratarlo y que deje de decir tonterías. Para empezar, no se somete a unas normas que, si adoptara voluntariamente, lo harían rey de Dinamarca. El diagnóstico, imagino, sería algo así como: este chico es un deslenguado, egoísta, impertinente, inoportuno y muy molesto, sobre todo con los íntimos familiares.  

Como hombre del Renacimiento, le importan las relaciones afectivas verdaderas, esas que el hombre analfabeto tiene fácil disfrutar y cuya poesía cotidiana entiende.

Hamlet tendría que sentir vergüenza por ser un romántico idealista y asumir que debe ser un hombre moderno; un Intelectual, que se dice.

Armando Ingala

Madrid, junio de 2022

El cuerpo vaciado: depresión y aburrimiento

“Si arrastré por este mundo, la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”             
Tango “Cuesta Abajo”, Alfredo Lepera y Carlos Gardel

“Por lo tanto, no basta con apartarse del vulgo, no basta con cambiar de lugar: hay que apartarse de lo vulgar que hay en nosotros; hay que secuestrarse, volver a adueñarse de sí mismo.”

“Nuestro mal nos tiene cogidos por el alma; mas ella no puede huir de sí misma. Hemos pues de recogerla y confinarla en nosotros: esa es la auténtica soledad, que puede gozarse en medio de las ciudades y de las cortes de los reyes, pero que se goza más cómodamente en el retiro.”

“Hemos de reservarnos una trastienda del todo nuestra, autónoma del todo, en la cual establezcamos nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad.”
M. de Montaigne, Ensayos, libro I, cap. XXXIX: “De la soledad”, ed. bilingüe, Barcelona, Galaxia-Círculo, pág. 491-493.

El virus que viene de la naturaleza, termina despertando a la cultura

Transcurrido un tiempo en pleno período de confinamiento, nuestro cuerpo acusó prioritariamente, en muchos casos, cansancio, depresión y aburrimiento.

En otros, la pasividad, la quietud a la que los obligaba el confinamiento, les creaba una poco soportable inquietud que se manifestaba como descargas corporales en movimientos improductivos, inútiles, viciados, en un clima de ansiedad y nerviosismo.

La experiencia (véase más adelante) compromete al cuerpo y a veces se experimenta en esta coyuntura como cansancio, depresión. Expresa una pérdida grande, pérdida registrada como una suerte de borramiento provisional de la organización de la vida cotidiana, de los lugares y actividades rutinarias donde uno es reconocido por los otros y, al mismo tiempo, se reconoce a sí mismo.

En la depresión se pierde la cotidianeidad. Llego a casa y mi padre me saluda: “hola hijo, ¿vamos a comer?” No tengo necesidad de preguntarme quién soy para él o quién es él para mí, ocupo un lugar en la mesa, cuido los detalles del encuentro, la comida, y del lugar de encuentro, el comedor, y confirmo los lugares de los comensales que me dan un lugar y un papel a mí, y reconozco los lugares y los papeles de los otros.  Él es mi padre y yo soy el hijo…

Pero puede ocurrir que cierta actitud de mi padre me sorprenda y llegue a  desconcertarme, produciendo en mí un sentimiento de perplejidad. Instante de silencio, de asombro, instante que disuelve mi lugar en ese mi mundo donde soy hijo; si se prolonga este silencio, desencadena una serena depresión que pide reflexión, palabras nuevas, nombres nuevos, juicios… El mundo conocido con personajes reconocidos se desvanece, los personajes y las cosas se vacían, y el cuerpo se vacía del contenido hijo, deprime, disminuye al máximo todas sus funciones psicológicas y orgánicas. Le queda esperar deprimido. Si puede esperar, entonces siente la propuesta, el presentimiento de una nueva realidad, aunque aún no está formulada. No huirá de la depresión.  

La depresión, como sentimiento de haber perdido la realidad cotidiana, se va convirtiendo en aburrimiento, que denuncia la vacuidad del mundo y de mi ser. Aburrimiento que es presencia de un mundo también vacío de contenido, y que, al mismo tiempo, denuncia que en él no tengo lugar, nada me atrae, o mejor, lo único que me llama es la nada. El mundo se me hace presente en la inmensidad de su falta de sentido,  me hago consciente de él por su fuerte presencia vacía: puedo llegar a describir que no me estimula, no me causa nada interesante. Así, el aburrimiento me señala un mundo, me enfrenta a él, y me dice que no tengo lugar en él, aún. Que aún no soy nadie y el mundo es nada. Al sentimiento que invade el cuerpo se lo nombra como angustia, sentimiento real que prepara, angustiosamente, para la aventura de los nuevos encuentros… por venir.

Debo ocupar y ocuparme, preocuparme por encontrar las nuevas relaciones, procurarme los nuevos objetos a cuidar… Puede surgir un obstáculo, que consiste en la transformación de la angustia en ansiedad. El cuerpo ansioso es mal consejero para tales impulsos corporales: G. Bataille dejó claro testimonio de ello[1].

El cuerpo del placer y su origen en una experiencia

El cuerpo del placer es el que reproduce y repite la vida cotidiana, las escenas, como “la comida con mi padre”, que se originó gracias a momentos de depresión, aburrimiento y angustia; todo pianísimo, pero suficiente como para crear esa obra, esa ópera que nombro, simbólicamente,  como “la escena de la comida”.  Esta vida de todos los días que se repite, y que es donde desarrollamos nuestras relaciones de confianza y nos sentimos seguros, tuvo su origen en una experiencia corporal como la que hemos experimentado en el confinamiento: experiencia que  nos ha alejado de nuestros programas cotidianos, de nuestras seguridades, poniendo el cuerpo al desnudo con sus sentimiento de depresión, aburrimiento y  angustia. Así pudimos crear dicho cotidiano.

A este cuerpo del placer, la experiencia que se nombra depresión y aburrimiento, pérdidas de realidades, le desvela un cuerpo que desea desear, un cuerpo de deseo. La ausencia del placer desvela que somos deseantes; que el deseo es la experiencia primera (y última) en tanto que humanos. Esa esencia de nuestro ser puede ser velada de infinitas formas[2].

Como se sabe, estas manifestaciones corporales no son síntomas de enfermedad, tampoco son una manifestación del cerebro; son expresiones, experiencias de un cuerpo humano que se sabe que lo es, humano, por sus expresiones demasiado humanas, que abarcan sus vínculos, sus objetos, sus vocaciones, sus fantasías, sus ausencias, carencias o faltas… un cuerpo que está vivo y pide interlocución, palabras: intimidad, soledad y silencio.

María Moliner dice que experiencia es “Hecho de presenciar, conocer o sentir alguien una cosa él mismo, por él mismo o en sí mismo: sé por experiencia lo que es eso.” Agregamos que, como lo he experimentado por mí mismo, tengo cierta autoridad para hablar de ello. Hablo en nombre de esa autoridad. Hacer experiencia, siguiendo a Moliner, es partir de una ignorancia que me permitirá conocer algo nuevo “para mí”. Hacer experiencia es, como nos está ocurriendo con el virus y sus consecuencias, “prueba de una realidad inédita.” “Toda experiencia es experiencia de una incertidumbre”[3].

Permítaseme incluir una larga cita del mismo libro: “Hacer una experiencia es siempre estar perdido. Se pierde el control. En un sentido, uno nunca es realmente el sujeto de su experiencia. Es más bien ella la que suscita un sujeto nuevo. Otro ‘nosotros’ está en gestación. Una experiencia supera, desborda, o bien no es una experiencia. Ella desborda su objeto con su sujeto. Comprender la experiencia, identificarla, es integrarla a un programa de experimentación, lo cual es muy distinto”.[4]

Véase también «Creación de cuerpo a la luz del psicoanálisis»

Armando Ingala, mayo de 2021


[1]“La angustia, evidentemente, no se aprende [quedan excluidos los pedagogos]. ¿Se la provocará?, es posible, pero no creo. Se puede agitar las heces… [provocar reacciones corporales intensas]. Si alguien se confiesa angustiado [hemos excluido a los pedagogos, pero pueden aparecer los razonadores] es preciso mostrarle la nulidad de sus razones. Imagina una salida para sus tormentos: si tuviese más dinero, una mujer, otra vida… [o repetir el irme a tomar una cerveza, ir a una macrofiesta, o hacer un viaje…] la ingenuidad de la angustia es infinita. En lugar de ir a la profundidad de su angustia, el ansioso parlotea, se degrada y huye. Sin embargo, la angustia era su oportunidad: fue elegido en la medida de sus presentimientos.Pero qué fracaso si la elude: no sufre menos y se humilla, se hace bruto, falso, superficial. La angustia eludida hace del hombre un personaje agitado en el vacío.”  G. Bataille, La experiencia interior, Madrid, Taurus, 1972, pág. 47 (los corchetes y las cursivas son mías).

[2] María Moliner, Velo: 6. “Cualquier cosa que encubre o disimula la verdad.”

[3] J. L. Nancy, Un virus demasiado humano, Adrogué, La Cebra, pág. 60.

[4] Ibidem, pág. 60.61.

Creación de cuerpo a la luz del psicoanálisis

Ciertas ideas generales, que respaldan lo que aquí se expresa, tenderán a evitar sobreentendidos. Sobre todo, cuando pretendemos reflexionar sobre los acontecimientos vividos y equívocamente compartidos en su sentido y significación.

  1. El cuerpo es en existencia, o sea, lo que es el cuerpo vendrá del Otro. Aquí llamamos Otro a los diferentes modos en que algo (proveniente de lo que será el no-yo) viene a dar existencia al cuerpo. Hablar del cuerpo es hablar de relación de cuerpos.
    El Otro puede referirse al espejo, que me adelanta, se anticipa a mi conciencia de cuerpo propio, que enuncio como “yo”.  Como si el espejo me dijera: he aquí lo que será tu cuerpo (que aún no posees) si logras apropiártelo. Y esto nos lleva a plantear ¿cómo uno puede llegar a disponer de un cuerpo a partir del cuerpo que el Otro le dona?
    El Otro puede referirse también a la mirada que me mira; también puede referirse a los ideales sociales acerca de la belleza, o la salud, la juventud…


  2. No tengo acceso directo a mi propio cuerpo; tendremos que ir pensando en las mediaciones necesarias para lograr dicho acceso. El cuerpo imposible es el cuerpo creado más allá de lo rutinario, lo posible, lo necesario. Cada uno de los cuerpos son los que tienen historia, y una historia que puede ser contada. 


  3. No existe un cuerpo natural o naturaleza del cuerpo; el cuerpo es un producto cultural, en tanto que su aparición depende de la existencia en el Otro (vínculo social o simplemente vínculo, o pertenencia al grupo cultural).


  4. Preexiste el cuerpo de la necesidad, esto es, el que hace (o hace hacer) lo necesario, o sea, lo que no puede no ocurrir. Es el cuerpo casi natural o instintual, y “casi” aquí es lo que no llega a ser del todo porque será interferido por el cuerpo del deseo, el que implica (lógicamente) al Otro.
    Hay quien busca el origen y la certeza del cuerpo cultural en teorías que patentizan la facticidad, como que el ser humano para sobrevivir necesita de la asistencia del Otro, nada despreciable como evidencia. Otros ven el origen del cuerpo cultural en la necesidad del lenguaje, en tanto que éste es esencialmente vínculo, llamada, comunidad, creación metafórica asociada a su capacidad de nombrar.
    Podríamos pensar el cuerpo en tanto lo que se manifiesta por acción de necesidades, o el cuerpo que debe cumplir necesariamente ciertas condiciones: altura, peso, edad, sexo, etc… Nosotros nos referiremos al cuerpo del deseo, al cuerpo del ser humano cuya esencia o fuerza es ser deseante. Soy en tanto deseo, y me es imposible no desear, lo cual, si lo lograse, me devolvería al campo biológico, animal, instintual y necesario. El máximo posible en este sentido sería desear no desear.


  5. El cuerpo desnudo, causa del pudor, muestra el límite entre naturaleza (biología-cerebro) y cultura (necesidad de lugar, reconocimiento, pertenencia, participación).  Ante el pudor, retroceder, reprimir, disfrazar, vestir; o avanzar hacia el mundo donde encuentro el otro cuerpo desnudo, que hace aparecer la vergüenza, embarazo, perplejidad, o la fértil angustia, que, si no retrocedo, si lo invisto, me dará lugar en su mundo, ahora mío y compartido, y donde llego a ser, provisoriamente (como todo producto humano), alguien para Otro cuerpo.


  6. El cuerpo es escenario siempre dispuesto para representar acontecimientos.
    El más frecuente es un cuerpo que se reproduce, y al hacerlo se reconoce, se viste igual, saluda igual, se relaciona (o no) con sus vecinos igual, acude al supermercado, se va de fiesta, de botellón, programa y realiza viajes, opina y se queja de los políticos…

    Continúa en «El cuerpo vaciado: depresión y aburrimiento».

    Armando Ingala, mayo de 2021

Al poder de las madres y los padres

En un verdadero ensayo del escritor Carlos Fuentes, titulado “Kafka no va a la playa”, y a propósito de la novela El daño de Sealtiel Alatriste, la madre de Kafka aparece retratada en relación a su hijo como «una presencia piadosa y un influjo de misericordia que consiste en callar para que el hijo hable».

Kafka debía a su madre no sólo la lengua materna, aquello que le permite nombrar, decir, hablar, leer y llegar a escribir; le debía algo más. Según las palabras de Carlos Fuentes, su deuda de gratitud histórica tiene su origen en esa presencia materna que constituye su primer Otro con mayúscula: alguien con quien contar, alguien que, cumpliendo su función de escucha, crea la posibilidad de hablar, de decir, de nombrar. Se trata de una presencia silenciosa y de una de las más altas presencias que acompañan y son patrimonio de los seres humanos, pues, en última instancia, uno vive y dice sus verdades sólo si tiene cierta certeza de ser escuchado, acogido, acompañado. Si no, esas verdades se pierden para siempre. Seguramente esa madre, como tantas otras, supo dejar lugar a esa otra que ahora «calla para que el hijo hable». La nobleza materna no tiene límites; la historia continúa, y otras madres se crearán en el curso de la vida.  

En el mismo ensayo, más adelante dice Carlos Fuentes:  

«Si Franz Kafka le dio un rostro a los horrores del poder en el siglo XX, es posible que también sea el profeta del poder en el siglo XXI. Aquél se hizo visible, demasiado visible, en el Auschwitz de Hitler y en el Gulag de Stalin. Hoy, el poder ha aprendido las maneras de hacerse invisible, contando, más que nunca, con que la propia víctima le otorgue fuerza al poder».

Quizás, padres y madres solemos, por herencia, tener en cuenta esta profecía sobre el poder que hace Carlos Fuentes. En nuestro país, y en muchas partes del mundo, el castigo era la forma privilegiada de educar a los hijos y las hijas. Este método educativo tiene un previsible efecto colateral: una vez dicha la ley, quedan establecidos los caminos de la trampa. Al sometimiento por miedo al castigo sobreviene, como consecuencia lógica, la rebelión o, mejor dicho, la iracundia. Se trata de un modo de educar amenazadoramente visible y audible erigido sobre la pretensión de adoctrinar e instruir.  

Gracias a la promoción cultural, ha dejado de valorarse el castigo corrector y ejemplificador y se ha abierto la posibilidad de otros caminos; entre ellos, y privilegiadamente, aquel al que alude la cita de la madre de Kafka. Esta cita proporciona una fórmula eficaz para evitar cualquier acción precipitada que promocione inexorablemente la infelicidad. Se trata de la difícil –o, mejor, no facilitada– fórmula de «callar para…» que se manifiesten las verdades de los hijos y las hijas. Afrontar el mundo haciendo buena sociedad con la familia y con un@ mism@ es contar con una logística solvente que prepara para cualquier sorpresa que la sociedad –a la que deben ingresar, pertenecer y actuar– les depare.

La madre de Kafka estaba preparada para esa difícil presencia de su hijo en el momento en que decía sus verdades. Preparada quiere decir que cuenta con recursos para afrontar aquello para lo que no está preparada. Cuando alguien dice una verdad singular, la escucha siempre es una primera audición, y la única referencia está en el que habla, en su historia, en sus experiencias; por lo tanto, son decires nunca antes dichos a nadie, y por lo tanto tampoco escuchados. En este sentido, el oyente verdaderamente carece de respuestas. Si creyera tenerlas, sólo servirían para acallar las verdades, y, además, no cumplirían con su intención de eliminar la angustia que esa ignorancia despierta en el oyente.

La lectura del ensayo de Carlos Fuentes nos inspiró la única intención de proponer herramientas para evitar que vuelvan a aparecer los efectos de un poder sometedor: efectos que se traducen en crear seres sometidos, temerosos y complacientes que ocultan su iracundia –forma estéril de rebelión–. Esta iracundia aparece, en el contexto de este tipo de poder, como la única conducta disidente posible, si bien no es más que mera descarga sufriente dirigida hacia el propio cuerpo o hacia los otros. Con la cólera se formula una especie de «yo también tengo algo que decir», aunque este hacer y decir son estériles y no llegan nunca a alterar la fuerza del poder parental que somete.

Hacerse responsable de lo que uno escucha es saber responder por ello: la madre de Kafka calla para seguir escuchando, como respuesta a las verdades del hijo. Esta experiencia verdaderamente educadora o formativa es lo que permite al Kafka de Fuentes colarse con sus libros en las playas y «provocar un eclipse solar y una marejada que convierta los hoteles en castillos de arena… y a los bañistas en escarabajos».

Armando Ingala
Madrid, 2020
(Durante la pandemia)

Algunas reflexiones sobre la reclusión (Jactancia de quietud)

Escrituras de luz embisten la sombra, más prodigiosas que meteoros.
La alta ciudad inconocible arrecia sobre el campo.
Seguro de mi vida y de mi muerte, miro los ambiciosos y quisiera entenderlos.
Su día es ávido como el lazo en el aire.
Su noche es tregua de la ira en el hierro, pronto en acometer.
Hablan de humanidad.
   Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria.
Hablan de patria.
Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada, la oración evidente del sauzal en los atardeceres.                             
    El tiempo está viviéndome.
Más silencioso que mi sombra, cruzo el tropel de su levantada codicia.
Ellos son imprescindibles, únicos, merecedores del mañana.
   Mi nombre es alguien y cualquiera.
   Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar.

J. L. Borges, «Jactancia de quietud» (el destacado de los versos es mío)

***

Lo dedico… “a quienes, como él, son capaces de escuchar a los demás sin por ello dejar de oírse a sí mismos” (J. Llamazares)

Compartiendo con amigos y amigas los diferentes momentos que íbamos viviendo estos días de reclusión, nos preguntábamos si después de toda esta experiencia colectiva algo iría a cambiar, sobre todo en cuanto a las relaciones sociales, y, en cualquier caso, cuáles serían la condiciones para que ocurra alguna transformación en las relaciones cotidianas.

El exergo de Llamazares expresa sintéticamente las conclusiones a las que hemos arribado provisionalmente.

En ocasiones irrumpen pensamientos acerca de lo incierto de mañana, de lo indecible del futuro inmediato. Suelen acompañarse de una importante conmoción angustiosa que se experimenta como sin fin, ya que no surgen datos que permitan llegar a un aserto medianamente verosímil como para pensar sobre él posibles acciones futuras.

Lo más humano de esta tentativa es la necesidad de hablar con otros, compartir la incertidumbre como intento de acotar el infinito estéril que tiende a contaminarlo todo, una melancolía sin materia que soporte una reflexión.

En otros momentos se hace evidente lo que nos falta, lo postergado, lo que hemos perdido; decimos “provisionalmente” como consuelo, pero… Se mezcla con sentimientos de una dulce y dolorosa nostalgia por algunos personajes y personajitos con los que no perdemos el contacto a distancia, y que seguro volverán a estar en cuerpo y alma. Aquí, el echar de menos es, sin duda, el testimonio del amor que da sentido a la vida por encima de todo lo demás. Los recuerdos de lo que se extraña se comparten, se pueden hacer proyectos con certeza, con sentimiento. Las palabras cobran casi el valor de poemas épicos. Todo ello es compartido.

Oscilan los pensamientos desde el futuro al pasado, y del pasado al futuro, del incierto porvenir a la ansiedad por las pérdidas posibles; desde aquello que puede que tengamos en el futuro a los vínculos que persisten, aunque sin todo el cuerpo.

Pero hay otros momentos en los que no se trata de pasado ni de futuro, sino de un ahora, un presente sin materia aún. Se trata de un ahora que no tiene todavía texto, que no es tristeza, que puede ser melancolía, pero de la que se esperan cosas, ideas. Es una preciosa soledad, que decía María Zambrano, de difícil aparición en lo de todos los días ¿por la velocidad de la vida?, ¿por infrecuente?, ¿por la fugaz confrontación con la verdad, con uno? Este encuentro con uno mismo se presiente a menudo, pero no termina de hacerse presente, debido fundamentalmente a un déficit de atención que suele acompañarnos estos últimos años.

Dice Borges: El tiempo está viviéndome

No puedo diferenciar el pre-sentimiento que en este momento me confronta conmigo mismo, y que aún no es sentimiento, del sentimiento de aburrimiento, o verdadera angustia. Lo acepto y me recuerda la necesidad de soledad, que experimento a menudo, pero donde no siempre acude el recurso de crear el espacio-tiempo que permitiría que la angustia, como fértil presentimiento, dé lugar a que algo nuevo pueda (o no) producirse. Que dicho presentimiento se transforme en sentimiento del presente, en experiencia del ya, del ahora, y que se transforme en fecunda angustia, depende de que se establezcan algunas condiciones. Una de ellas la encontramos en el momento actual, en lo que llamamos “reclusión”, pues nos liga espontáneamente y sin buscarlo a la realidad del silencio, de la soledad.

¿Cómo definir el presente? Después de Jorge Manrique y las Coplas a la muerte de su padre, sobre todo la segunda estrofa, nos corresponde a nosotros actualizar qué es el presente, o, por lo menos, a qué llamamos presente.  Lo que caracteriza al presente en tanto que tal, en tanto que presente, es su carácter de efímero, inatrapable por el sentido común (que sólo distingue lo ya visto, o lo ya vivido). Cierto es que una vez representado, narradas las ocurrencias del presente, ya es pasado. Como queda sugerido, el presente sólo tiene ocurrencias, no razones. Por lo tanto, el presente, en tanto que tal, será una secesión vertiginosa de instantes. Esta dimensión temporal del presente fue descrita por Octavio Paz, que inspiró a su amigo Pere Gimferrer a escribir un libro dedicado a este sustantivo, “el instante”. Esta dimensión le sirvió a Paz para definir la poesía -si ésta pudiera definirse- como el intento de detener el instante, dar testimonio de él, lo cual sólo se logra cuando la inspiración que revela ese instante se transforma en texto poético, en filosofía sobre la vida, en historia en palabras en la que el protagonista debe incluir tácita o metafóricamente al sí mismo (no confundir con Yo, por favor). Lo que inspire el instante será de ese instante; la sucesión traerá otros que, mediando la fortuna o la suerte, se logrará atrapar y describir.

El encuentro, la fortuna de atrapar un instante, depende de una serena atención singular que sólo ocurre en el interior del silencio. Ocasionalmente el encuentro con la realidad íntima, instantánea, se revela como si alguien -que será uno mismo- fuera descubriendo, en una subespecie de actividad comprensiva, algo novedoso, verdadero, que conmueve y asombra por su capacidad autorreflexiva. Se trata de un verdadero acontecimiento que es necesario compartir con alguien de mucha confianza, alguien que sepa cuidar esta experiencia original. Es un real acto de caída de velos que generalmente ocultan la realidad íntima con ruidos de dichos y currículos. Es una experiencia auténtica donde uno es protagonista y al mismo tiempo asiste sin esfuerzos, sin propósitos ni consejos, a una suerte de ser hablado por ocurrencias. Se es protagonista y se asiste al mismo tiempo a un tipo de filosofar sobre la vida y la muerte, sobre la existencia y los existentes. Esta experiencia graba en nuestra memoria un verdadero encuentro. Je ne cherche pas. Je trouve. Transmitía Jorge Guillén en su poema Homenaje.

Sé, y no sé cómo lo sé, que, en esta experiencia de cautiverio, algo de esencia de la condición humana nos está tocando a todos, y que basta con detenerse en cualquiera de los instantes para escuchar, de la mano de Jorge Guillén, el carácter melancólico que tiene el sumergirse en esa carencia original, vital, que nos define profundamente.

Por nuestra parte, confirmamos una vez más que la tonalidad depresiva es un momento natural que anuncia buenas nuevas; sólo requiere saber escuchar-se y contar con alguien con quien compartirlo.

Después de la demostración, tesis.

El pasado se puede vivir desde ideas y sentimientos consolidados. Ideas o ideologías y valores, aplicados como guía para dar cuenta de las relaciones de todos los días. El futuro suele pensarse desde algunas ideas, ideologías y valores, quizá también establecidos. De modo que al salir de la experiencia del encierro, es posible que todo se reestablezca con las ideas, ideologías y valores que han dominado nuestra vida hasta ahora. Muy poca filosofía nueva es posible que haga su aparición.

Pero:

Por la experiencia compartida, estamos en condiciones de afirmar que: es el haber vivido, experimentado, escuchado y formulado en palabras originales el instante presente; es en ese instante atrapado, poetizado y compartido, donde apostamos que pueden producirse cambios que lleguen a sorprenderlo a uno mismo, en cuanto a una nueva y sincera valoración de los vínculos de todos los días, tanto con el prójimo, como con el extraño, con el vecino…

Porque:

El presente así vivido implica en sí la destitución de filtros, condicionamientos, ideologías, doctrinas. Es un encuentro que hace explícitas las propias referencias y los valores heredados inconscientes, sedimentados. Es entonces que se piensa desde la propia subjetividad, que sólo emerge en momentos especiales de soledad o en compañías con garantías de intimidad.

Dice Borges: Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria.

A partir de allí, el estilo de cada uno, como síntesis puntual de herencias infinitas, muchas inexploradas, pondrá en evidencia diferencias esenciales, refractarias a cualquier parecido; rebeldes al principio de identidad… A menos que una oscuridad artificial, técnica, gatopardice la radical diferencia entre Uno y Otro. Esta es, concluimos, la condición absoluta para hablar y escuchar, para que el vínculo y el diálogo se realice: estar en condiciones de cuidar la diferencia radical de Uno por el Otro y del Otro por el Uno.

Naturaleza humana o condición humana

La experiencia del psicoanálisis me autoriza a contar, por agradecimiento a mis analistas y a los analizantes, que “Yo lo vi”, yo viví el encuentro entre dos almas gemelas que pueden dialogar, aceptando la gracia de la condición, ley del lenguaje, del vínculo social que cuida al Otro y lo percibe en su condición de cifra, de enigma.  Encuentro entre dos diferencias, entre dos infinitos no definibles más que por su historia, por sus genes culturales y generacionales, por sus experiencias vitales. Y es en el encuentro donde cada uno nombra al otro, en lo actual, con su decir y hacer.

Mi nombre es alguien y cualquiera

De ahí que mi nombre será lo que me nombra en el encuentro. Verificar la presencia solidaria del amigo me nombra a mí como amigo. Alguien cambió el cogito cartesiano “pienso luego soy, luego existo”, por, el soy nombrado, luego, en este instante Soy; en lo referido, Soy amigo. Un instante después, el ser se disuelve para dar lugar a otro… ser.

La experiencia que comparto con amigos me dice que para recibir el nombre, el nuevo ser, es necesario que deje en mí mismo un espacio, un silencio que desaloje mi identidad, mi yo propio, y así recibir la gracia del nombre que escucho, porque me revela que existo en quien me nombra; sólo entonces un pequeño capítulo de mi historia quedará escrita, grabada, y estará a mi disposición como recuerdo o como recurso para otras relaciones.

Madrid, abril de 2020

Adenda:

Ob-ligado a reconocer una deuda con E. Levinas y la lectura De la existencia al existente, donde viene de dar un camino para evadirse de un ser absolutamente impersonal, dotado de una neutralidad inhumana, alienado en fórmulas cosificadas de la razón que lo aprisionan y, pese a ello, las defiende como si se tratase de su propia libertad (Espinosa). Y, entonces, Levinas lo desarrolla: el camino para evadirse del ser razonante es la presencia o el encuentro con el Otro en su infinitud, sin límites, sin medida previa. Sin juicios previos. Encuentro con el Otro al que me comprometo a reconocer, en un intento de acercamiento, y a cuidarlo, en tanto que él tiene la llave que facilitará mi evasión de ese ser impersonal, inhumano.

Hoy día, los aplausos de las 8, ¿no son una metáfora fallida de la necesidad del Otro para evadirme de una enfermedad moral, que es no vivir una vida personal y humana, es decir, con Otros “rostros infinitamente lejanos” de cuyo cuidado depende mi existencia? Y también sentirme vivo.

Reconozco al Otro que me reconoce, luego existo.

Armando Ingala Charlín

Ante la disolución del mundo ―“por mandato”― emerge el reino del poeta

¿Cómo recordar los momentos fundantes, fundamentales, únicos, absolutamente íntimos? Quizá no se recuerden, pero sí puede ser que llegue a recordarse la experiencia del silencio, como momento único de la historia, como aquello que configura el acontecimiento.

Mejor el buen silencio que consigo
Resguarda los minutos sin historia.
Jorge Guillén, Vida extrema

Y la voz va inventando sus verdades,
Última realidad. ¿No hay parecido
De rasgos? Oh prudente: no te enfades
Si no asiste al desnudo su vestido.
Jorge Guillén, Vida extrema

 

Pero en ese silencio, en ese suspenso de la existencia surge la palabra que lo elige a uno y lo hace poeta. ¿Se busca la palabra? Más bien, si se tiene suerte, fortuna… y se es sincero, ella viene al encuentro.

El silencio tiene dos condiciones: es un tiempo-espacio en medio de infinitas relaciones, en medio de la fiesta; y, en esa multitud, hay Uno a quien podré contarle la experiencia y le podré leer el poema.

Otra vez Jorge Guillén:

Homenaje

Iba por un camino.
Sin voluntario influjo
De pronto sobrevino
–No lo buscó el poeta–
Y casual se produjo
La gracia de un hallazgo.
Inspiración, inquieta.

Je ne cherche pas. Je trouve.

«Yo no busco, yo encuentro.»
Algo surge por don
De un cielo ajeno dentro
De mí: la inspiración

Supere a nuestro mundo en caos
El orden de nuestra palabra
Firme para que se nos abra
La hora a más luz. Expresaos

Inspiración. Hallo cosas
Que no buscaba mi pluma.
Están ante mi conciencia
Que las ve. Todo se suma.

 

Así, el silencio es un diálogo, un acto psicoanalítico; es como la oración que emite el místico y que establece su encuentro con el Otro.

¿Cómo se acede al silencio? Antes de la percepción del silencio, antes de vivir el silencio como silencio, hay un momento de percepción pura, de absoluta y espontánea contemplación. Si se prolonga, este momento de contemplación puede llegar a percibirse como aburrimiento (aburrimiento profundo, desarrolló Heidegger). Es un momento único de renuncia, o mejor, uno queda privado del sometimiento al tiempo del otro, a las obligaciones ritualizadas, a la realidad que liga constriñendo. Liberado de apremios, es momento, como ocurre toda la vida, para recuperar el tiempo para sí mismo. En ese momento uno se vuelve el niño recién nacido que sólo escucha, escucha ritmos, no son aún palabras, pero escucha. Y las palabras empiezan a llegar, ponen nombres, proponen sentidos o traducen verbalmente el sinsentido. El momento del silencio habla con ritmo de música, dialoga, escucha.

Giorgio Agamben abre el capítulo sobre el aburrimiento profundo (Pág. 83. Lo abierto. El hombre y el animal. Pre-Textos) con el siguiente exergo de Giacomo Leopardi: “El aburrimiento es el deseo de felicidad dejado en estado puro.” En la página 91 del mismo libro, afirma que el hecho de experimentar el aburrimiento es el impulso a salir de uno mismo para tener existencia en el mundo. En ese instante uno se asume como “sencillamente un animal que ha aprendido a aburrirse…”, condición para entrar en el mundo de lo humano.

Toda la potencia para la creación, para una inclusión activa y lucida, está en este sentimiento de aburrimiento profundo al que se llega luego de un trabajo que resume bien Heidegger: “El pensar sólo empieza cuando nos percatamos que la razón es la más porfiada enemiga del pensar.” Suspensión de la razón, de la locura razonante, de la realidad razonada y razonable. Más allá de la realidad del principio del placer, diremos con Freud.

La experiencia del aburrimiento aparece entonces como el origen mítico del silencio. Es un momento puro donde la necesidad de que acuda algo queda postergada. Es importante respetar esta experiencia, no hacer ruido. Se trata también del momento ético fundamental en tanto que se está en el medio del deseo, ese puro deseo sin cualidad, sin contenido más que el deseo mismo. Y por lo tanto se está, como en los sueños, en un acto que simboliza en sí mismo la realización del deseo: de lo esencialmente humano, el desear. Este encuentro esencial es lo que permite la espera. Sólo espera. Sin esperanza, decía Levinas.

He aquí otro logro de la especie, el insomnio, primo hermano del aburrimiento. Esta vicisitud se relata de infinitas formas: “no he pegado ojo en toda la noche”, se comparte, pero sin más contenido que la propia experiencia del insomnio. Aquí sí que hay pura pregunta o pregunta pura, no contaminada aún.

Hay diferencia, experiencia de misterio, en el aburrimiento. Experiencia de enigma, propone el insomnio, porque éste requiere acierto, respuesta, desciframiento. También es espera que culmina en el amanecer (No amanece el cantor. J. A. Valente), que dura hasta que vuelva la luz y las imágenes, las representaciones, interrumpan la oportunidad del misterio.

Hay cuerpo y, sin embargo, no hay sufrimiento. Angustia quizá. Es un hervir de pulsiones en burbujas lentas, que nacen y explotan como burbujas de jabón. Es pura pulsión corporal que llama, sin quererlo, a la palabra, a la metáfora del cuerpo. Nombre feo, «pulsión de muerte», o mejor pulsión y pura pulsión. La madre metaforiza el cuerpo del infantil sujeto en un “tienes hambre” y le da de comer creando un vínculo, nombrando una sensación, «hambre». Crea ex nihilo en su prole un deseo de satisfacer a quien le ofrece tanta vida y existencia, siendo así la primera experiencia de amor. Se ha creado en este simple encuentro un gran y original poema épico. Un instante antes parecían movimientos biológicos, hormonas, adrenalinas, hipoglucemias; y de la nada la madre escuchó palabras, patrimonio único de los humanos, que han aprendido a aburrirse en la sabana y han inventado el mundo circundante.

La creación de la metáfora es deudora de la condición absoluta que propone el deseo, o mejor, el desear.

Cuando nací no hablaba, no sabía hablar, pero escuchaba, decía Hugo Mujica.

Se escucha ritmo, música, diálogo… Jean Sibelius decía que su Sexta Sinfonía era como fría agua de manantial. Es una sinfonía que, más que ninguna obra musical, hace escuchar el silencio. Se hace evidente que no se dirige al público, expectante de experimentar  pasiones, sino que se dirige hacia la intimidad del oyente. Alguien dijo que es una música que escucha. Sólo con la disolución del mundo se está en condiciones de escuchar esta música, que sólo al final complace al oyente.

El propio músico finlandés diría en 1943: “siempre me recuerda al perfume de las primeras nieves”. Figuras, notas del silencio.

En un blog dedicado a la obra de Sibelius, encuentro el siguiente comentario: “La enigmática, bellísima, etérea y mágica Sexta sinfonía opus 104 de Sibelius oculta grandes y hermosos secretos en la profundidad de su bosque nórdico inhabitado.” Subrayo el final del texto, aunque la palabra fuerte es “inhabitado”. Quizá puesta en acto del aburrimiento profundo, ritmo que sólo un cuerpo es capaz de escuchar.

Agobio no es angustia

Alguien decía que esta experiencia de exclusión de la realidad habitual, cotidiana, le produce agobio. Agobio, sensación de que las cosas entran o han entrado y no encuentran salida. Se acumulan por encima de las posibilidades de la persona. Podría ser que el agobio es originalmente angustia que no ha sido fertilizada, una angustia que no llegó a encontrar su argumento, su silencio. Inicialmente la sensación de agobio ¿será angustia que no es escuchada? ¿Será angustia sin metáfora, en la que no se escucha la música?

Armando Ingala, Madrid marzo de 2020

Ciencia-ficción

La ciencia poco a poco va contaminando a la cultura estableciendo costumbres que se presentan no como tales sino como conocimientos ya establecidos y ordenados. Quien escapa a las costumbres tendrá que hacérselo ver. Para la ciencia toda causa tiene su efecto, y esa relación puede técnicamente reproducirse cuantas veces uno quiera, por lo que forma parte de las generalizaciones.

Pero cuando se trata de la verdad, sólo se puede acceder a través de las narraciones personales como ficción literaria, donde se construirán las causas y se explicarán los efectos.

Por ejemplo, en la cultura suele saberse, casi científicamente,  y se exige como conducta normal, cómo se debe responder frente a la muerte de un ser querido. Pero lo que puede universalizarse es que cada persona tiene una reacción singularísima que responde, más que a modelos, a expresiones que vienen de la historia particular de cada Uno.

“El catorce de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba “nada bien”. Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo (el pueblo) de Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor.”

J.L. Borges Funes el memorioso

Madrid 2020

 

 

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